lunes, 6 de octubre de 2014

El Origen de los Guardianes y la ilusión.

Cuando era pequeño vivía cada evento especial del año con toda la ilusión del mundo. Navidad, mi cumpleaños, el Ratoncito Pérez... Desde el día de antes, los nervios apenas me permitían estar quieto y cuando llegaba la noche, difícilmente podía dormir un par de horas seguidas preso de la excitación y de la ilusión de lo que encontraría tras la puerta, bajo la almohada o envuelto en colorido papel de regalo.
Recuerdo las veces que me despertaba de madrugada para comprobar si los Reyes Magos me habían visitado ya o aún debía seguir esperando. Caminar a oscuras por el largo pasillo de mi casa, a tientas. Sortear los muebles de la entrada. Tropezando siempre con una de las dos sillas de madera que montaban guardia permanentemente a los lados de un taquillón a juego. Recuerdo caminar descalzo en Enero y no sentir frío. Y llegar por fin a la salita y descubrir en la penumbra, gracias a la luz de las farolas de la calle, que los regalos estaban ahí. Entonces, feliz, contento, emocionado, nervioso, excitado, ilusionado, eufórico... cerraba la puerta con sigilo, encendía la luz y... me volvía loco.
La ilusión de creer en la magia, de creer en un mundo maravilloso. LA ILUSIÓN DE SER UN NIÑO.
Cuando veía la película sobre Jack Escarcha disfrutaba con la ilusión de los niños y me dejaba conducir por el recuerdo hacia mi infancia y esos momentos mágicos que me niego a perder.
Yo sigo creyendo en el Ratoncito Pérez, en los Reyes Magos y en Papá Noel. Creo en las hadas, en los duendes y en los brujos y brujas. Sí, y no me avergüenzo de ello. No nos avergoncemos de ser niños, de mirar el mundo con los ojos grandes como platos. Y no permitamos que los niños pierdan esa mirada, esa chispa, por un frío mundo que a la gran mayoría no nos pertenece.



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