El ímpetu y la pasión
se apoderan del lugar. Gritos, cánticos, nervios. Los poetas
elegidos por sus clases van subiendo al escenario lentamente, sin
prisa. Inmersos en sus poemas. Leyéndolos una y otra vez para que
nada falle a la hora de recitar, de compartir, de seducir. Entre los
alumnos que abarrotan la platea se elije al jurado de rigor. Dos
alumnos o alumnas por colegio. Entre risas con sus compañeros y
consignas para la puntuación se levantan de sus asientos y se
dirigen a la primera fila para escuchar con más atención, sin
distracciones y ser más visibles a la hora de la votación.
En el escenario hay
veinte jóvenes poetas, de 12 a 14 años, dispuestos a ganar el
primer Gran Slam de la semana. Alguno de los monitores que forma
parte del proyecto, anota el nombre de cada uno de los poetas. Hay
más chicas que chicos, pero la diferencia es mínima. Todo está
preparado. El presentador anuncia a la primera poeta. Desde su clase
la arropan con cánticos de ánimo. Vitorean su nombre. Ella saluda.
Se siente importante, grande, poeta. Recita de forma segura y
experta. Deja que las palabras avancen despacio por el salón de
actos, recorriendo cada asiento, entrando en cada oído, acallando
cada murmullo. TODO SE LLENA DE POESÍA.
Cuando termina. El
público rompe en un gran aplauso. Su colegio se pone en pie y jalean
su nombre. Todos esperan con impaciencia la puntuación del jurado.
El presentador se coloca junto a la chica y explica que tras el “uno,
dos, tres... Slam” los jueces tiene que levantar las manos con la
puntuación, del 1 al 10, que ellos creen que merece el poema. Todo
parece claro. Entonces con la ayuda del público grita:
UNO, DOS, TRES... ¡SLAM!
Y Así comienza el GRAN
SLAM.
Durante este año he
descubierto en los talleres de Slam que la poesía puede vivirse de
una manera completamente nueva y diferente. Los alumnos de Maristas,
Pedro Poveda o Andrés de Vandelvira (centros situados en la ciudad
de Jaén) y el IES Sierra Mágina (Mancha Real) han recorrido a
través de los talleres y de la poesía, momentos de su vida, y me
han enseñado a creer que no todo está perdido. Recuerdo cuando el
director del Proyecto Slam me habló de lo que hacían, todo lo que
me pasó por la cabeza en ese momento fueron dudas e incredulidad
¿Alumnos de la ESO recitando poesía? ¿TODOS? Me parecía demasiado
increíble para ser verdad. Por eso, cuando asistí al primer taller,
no podía creer que todo lo que me había contado fuese verdad. Nadie
se negaba a leer. Todos atendían, escribían y recitaban. Todos
buscaban compartir sus palabras y encontrar en la poesía una nueva
forma de comunicarse, de entenderse. Cuando salí del último taller,
estaba tan excitado y emocionado que me comprometí de por vida con
el proyecto.
Sin embargo, eso sólo
fue el principio. Aún estaba por llegar, el Gran Slam. La poesía
adquiere una dimensión espectacular. Los chavales se dejan atrapar
por las palabras y las emociones lo inundan todo. Gritos, aplausos,
cánticos, votaciones y poemas y poetas y poemas y poetas y poemas y
poetas … ¿Qué más se puede pedir?