Cuando comencé a leer un
cuento cada noche de este libro, no tenía ni idea de lo que me iba a
encontrar. Lo escogí entre los muchos libros que habitan en mis
estanterías por la brevedad de sus historias. Siempre me gusta leer
un cuento en voz alta justo antes de dormir y lo prefiero breve para
así, no encontrarme con el sueño en mitad de la lectura. Sin
embargo, desde su primera historia me di cuenta de que no estaba ante
un libro cualquiera de cuentos infantiles. Me encontraba ante un
libro guerrero, un libro de esos que son capaces de retar al lector
tanto infantil como adulto y me sentí embriagado por las palabras
escritas en sus páginas.
Al día siguiente fui
incapaz de leer un solo cuento. Me dejé llevar por dos , tres y
hasta cuatro historias en una misma noche y, así, el resto de los
días hasta su final. Cuentos como “Las fuerzas del cielo”, “EL
hombre de la isla”, “Una novela policiaca”... me alejaban cada
vez más del sueño conduciéndome con más ahínco a nuevas
historias.
Lo disfruté tanto que
decidí compartir algunas de las historias en el programa de radio
“Échate un ojito”. Pero no fue suficiente y ahora, estoy sentado
frente al ordenador, hablando de este maravilloso libro y dispuesto a
compartir alguna historia más con quien quiera leerla.
Pero antes, no quiero
olvidar al autor, Franz Hohler, que curiosamente ya formaba parte de
mi librería con otro libro de cuentos, también muy recomendable, y
que fue de los primeros libros de cuentos que entraron a mi casa
casi sin pedir permiso. Se trata de “ASÍ EMPEZÓ TODO”.
Un libro divertidísimo y muy ingeniosos que nos cuenta de manera
sencilla el origen del universo y de todo lo que en él encontramos.
LA
TIZA Y LA ESPONJA
Una tiza comenzó a
escribir despacio una frase en la pizarra: “una de las cosas más
importantes del mundo es...”.
- ¿Es...? -dijo la esponja mientras se acercaba chorreando.
“...la esponja”,
escribió la tiza a toda prisa.
- Eso es -dijo la esponja y, satisfecha, se dejó caer en su cesto bajo la pizarra.
EL
JARDINERO
Érase una vez un
jardinero que era conocido por tener un trasero muy duro.
Muchas personas lo
visitaban por eso y le palpaban el trasero mientras regaba el bancal
o trataban de pellizcarle disimuladamente mientras trasegaba en su
invernadero.
“¡Qué cosas!
-murmuraban-, es verdad que lo tiene de piedra”.
Pero de sus flores
nadie hablaba.
¿Hay
alguien dispuesto a no seguir leyendo?
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